Dadá, “una ideología total, como una forma de vivir y como un rechazo absoluto de toda tradición o esquema anterior”.
Quizás es el momento de tomar ejemplo y zambullirnos en un nuevo movimiento, dejar de continuar la línea establecida que persiste en los mismos errores, heredándolos. Volver a utilizar ese recurso tan estupendo de la crítica constructiva; poner en solfa (curiosa expresión), analizar, diagnosticar, mejorar. Aprender y aplicar lo aprendido, pero no reproduciendo automáticamente.
Tal vez si cogemos el dadaísmo y le damos una vuelta, y lo encaramos hacia la lógica, obtengamos un neodadá más integrado con el pasado y, por ende, con el futuro.
P.D.1: “Proclamación sin pretensión”, Tristán Tzara.
P.D. 2: los posters “Keep calm and carry on” se originaron con el objetivo de subir la moral a los británicos al comienzo de la Primera Guerra Mundial; nuca se utilizaron. Uno de los posters se localizó en el año 2000 en una librería y deslumbró por su diseño genial. Su copyright expiró, por lo que es reproducible.
domingo, 29 de enero de 2012
sábado, 28 de enero de 2012
viernes, 27 de enero de 2012
de mayor seré ciudad-estado
El olvido.
Ese es el gran problema.
La gente olvidó el significado de las palabras; y, sobre todo, olvidó los conceptos que esas palabras guardaban.
Así, mercenarios de las letras abarrotaron los medios (y, por extensión, la conciencia colectiva) de términos vacíos, contenedores de nada.
Y la nada, ay Atreyu, nos invadió.
El mundo se llenó de nada. Grandes eventos de gente que habla mucho y no dice nada; grandes esfuerzos para nada útil. Montones de documentos de nada. Millones de horas en comisiones de nada. Miles de simpatizantes aplaudiendo nada de nada, discutiendo por nada, preocupados por nada.
Y lo realmente importante, lo prioritario, se perdió entre los pliegues de lo aceptado, de lo políticamente correcto.
Permitimos que nos sumergieran en este ilógico período neoliberal, que nos robasen el tiempo y las palabras y las ideas. Sustituimos a los sabios por unos supuestos tecnócratas y les dimos el poder para dirigir el mundo.
“Tecnócrata”, otra palabra olvidada. “El gobierno de los técnicos”. Pero, qué es un técnico? Es un economista un técnico?
Ni de coña.
Un técnico es un especialista perteneciente al mundo de las ciencias y de las artes. Una persona “que posee una habilidad o destreza para realizar diferentes labores a partir de conocimientos adquiridos”. Pero no cualquiera que cumpla este requisito es un técnico; un asesino profesional no es un técnico, por mucho que sea un virtuoso en su labor y haya aprendido de otros maestros y de la experiencia en muchos años de muerte.
La economía no es una ciencia ni es un arte (recomiendo la lectura de Popper, no para estar de acuerdo con él, sino para arrancar el lóbulo frontal y el resto de sus amigos, y pensar). No es, por mucho que así pretendan aleccionarnos, una estructura basada en la lógica y la objetividad. Sus teorías e hipótesis no son científicas. No está basada, como la ciencia, en un criterio de verdad (que no certeza) y en la permanente autocorrección (de nuevo, Popper).
Pero nos hacen creer que sí. Calificación de deuda, déficit, macroeconomía como si de las leyes de la termodinámica se tratase.
Mientras, los ciudadanos vivimos como rodando ladera abajo, sin nada a lo que asirse, intentando que las piedras no golpeen la cabeza.
Y nos olvidamos de reflexionar sobre nuestros actos.
Desalojamos de nuestras vidas la eficacia, la eficiencia y la efectividad. La lógica, la sostenibilidad (pobre palabra violada cada día).
Es hora de desprogramarse.
Retomar el control de las acciones cotidianas. Consumir menos y mejor. Producir más. Racionalizar y razonar. Organizarse.
Volvamos a ser técnicos de nuestra propia vida.
Amén.
Ese es el gran problema.
La gente olvidó el significado de las palabras; y, sobre todo, olvidó los conceptos que esas palabras guardaban.
Así, mercenarios de las letras abarrotaron los medios (y, por extensión, la conciencia colectiva) de términos vacíos, contenedores de nada.
Y la nada, ay Atreyu, nos invadió.
El mundo se llenó de nada. Grandes eventos de gente que habla mucho y no dice nada; grandes esfuerzos para nada útil. Montones de documentos de nada. Millones de horas en comisiones de nada. Miles de simpatizantes aplaudiendo nada de nada, discutiendo por nada, preocupados por nada.
Y lo realmente importante, lo prioritario, se perdió entre los pliegues de lo aceptado, de lo políticamente correcto.
Permitimos que nos sumergieran en este ilógico período neoliberal, que nos robasen el tiempo y las palabras y las ideas. Sustituimos a los sabios por unos supuestos tecnócratas y les dimos el poder para dirigir el mundo.
“Tecnócrata”, otra palabra olvidada. “El gobierno de los técnicos”. Pero, qué es un técnico? Es un economista un técnico?
Ni de coña.
Un técnico es un especialista perteneciente al mundo de las ciencias y de las artes. Una persona “que posee una habilidad o destreza para realizar diferentes labores a partir de conocimientos adquiridos”. Pero no cualquiera que cumpla este requisito es un técnico; un asesino profesional no es un técnico, por mucho que sea un virtuoso en su labor y haya aprendido de otros maestros y de la experiencia en muchos años de muerte.
La economía no es una ciencia ni es un arte (recomiendo la lectura de Popper, no para estar de acuerdo con él, sino para arrancar el lóbulo frontal y el resto de sus amigos, y pensar). No es, por mucho que así pretendan aleccionarnos, una estructura basada en la lógica y la objetividad. Sus teorías e hipótesis no son científicas. No está basada, como la ciencia, en un criterio de verdad (que no certeza) y en la permanente autocorrección (de nuevo, Popper).
Pero nos hacen creer que sí. Calificación de deuda, déficit, macroeconomía como si de las leyes de la termodinámica se tratase.
Mientras, los ciudadanos vivimos como rodando ladera abajo, sin nada a lo que asirse, intentando que las piedras no golpeen la cabeza.
Y nos olvidamos de reflexionar sobre nuestros actos.
Desalojamos de nuestras vidas la eficacia, la eficiencia y la efectividad. La lógica, la sostenibilidad (pobre palabra violada cada día).
Es hora de desprogramarse.
Retomar el control de las acciones cotidianas. Consumir menos y mejor. Producir más. Racionalizar y razonar. Organizarse.
Volvamos a ser técnicos de nuestra propia vida.
Amén.
martes, 24 de enero de 2012
sábado, 21 de enero de 2012
de rara retina
Un buen día se me acercó un profesor de Análisis de Formas y me dijo:
- Dibujas bien pero deformas la realidad.
- Cómo? – respondí – yo dibujo lo que veo.
- Sí, entiendo – asintió – pero el resto de nosotros no vemos el mundo así.
Aquel buen hombre me descubrió que ver la realidad de otra forma y, sobre todo, demostrarlo alejándose del canon establecido era poco menos que un pecado; y desde luego, si el objetivo era aprobar una asignatura, un suicidio.
Así fue como aprendí a dibujar según la “Academía del Pensamiento Único”.
Por supuesto, aprobé por curso.
Y jamás volví a dibujar.
Pero la mirada siguió siendo la misma en estos mis ojos de rara retina.
jueves, 19 de enero de 2012
ciudad distopía
Dicen que hubo un tiempo en el que las catedrales eran blancas, alzándose luminosas, libres de los cánones clásicos; eran el símbolo del cambio: un arte nuevo para un hombre nuevo. En aquel entonces la sociedad vivió una transformación radical, evolucionando desde el viejo orden feudal y agrario de aislados monasterios captores del conocimiento, hasta una nueva colectividad en donde la difusión del saber y la participación ciudadana adquirieron gran importancia.
Esta nueva estructura social necesitaba un espacio cualificado donde desarrollar sus actividades: sería la ciudad, mas una ciudad diferente, humanista. La ciudad se transformó entonces en un espacio de relación para el comercio, para la política, para el saber, para la cultura. Se construyeron universidades, ayuntamientos, lonjas, catedrales abiertas a la ciudadanía. Y plazas. Se construyeron plazas para el intercambio y la vida pública. El hombre volvió sus ojos hacia la Naturaleza; la observación y el cálculo se adueñaron del conocimiento surgiendo una nueva visión del mundo, que se plasmó en la Arquitectura con un nuevo lenguaje, en donde técnica, forma y significado eran un todo indisoluble. La tecnología al servicio de una idea: la Arquitectura Gótica.
Aquí estamos, siete siglos más tarde. Y volvemos a necesitar otro cambio radical y universal. Desde mi mesa de trabajo veo cómo la Arquitectura, en muchas ocasiones, se ha vuelto distante, incluso ajena a la sociedad a la que sirve. Cuántas veces contemplamos en los medios de comunicación obras, faraónicas y escandalosamente costosas, firmadas por arquitectos estrella, siguiendo la estela del efecto “Guggenheim”. Cuántas veces sufrimos planeamientos urbanos basados en zonificaciones y cómputos de edificabilidad sin la menor atención a las demandas de la ciudadanía. Cuántas veces observamos, impotentes, irreparables agresiones al Patrimonio, que es de todos, que es nuestro. Demasiadas.
Necesitamos una Arquitectura que le haga frente a los retos que este nuevo siglo nos pone por delante; necesitamos acercar la Arquitectura a la sociedad y viceversa; necesitamos respuestas adecuadas, eficientes, sostenibles. Gracias a Dios, muchos técnicos (arquitectos, ingenieros, urbanistas, paisajistas, etc.) llevan años trabajando con este empeño; muchas veces sus obras son menos conocidas por menos divulgadas, quizás se trate de una Arquitectura silenciosa, pero no por ello menor. Esta sección pretende ser una pequeña ventana hacia esa Arquitectura. Hablar de vanguardia y de las lecciones aprendidas de los maestros de antaño; de la Arquitectura sostenible de bajo coste y alta eficiencia. Hablar de hacer ciudad; de rehabilitación como respuesta sostenible, no sólo rehabilitación de las viviendas sino del propio tejido urbano, de la recuperación integral de nuestros centros históricos, de la revitalización de antiguas áreas industriales. Hablar del patrimonio histórico y construido como recurso fundamental; del paisaje y el “Land art”; de la ordenación del territorio y del urbanismo que nos atañe. En resumen, de todos los temas referentes a lo construido, especialmente en Galicia, que puedan ser de interés y utilidad para el lector. Quizás, si todos nosotros (ciudadanos, técnicos, gobernantes, empresarios) nos implicamos en una apuesta por la sostenibilidad y la eficiencia, consigamos que un buen día las catedrales vuelvan a ser blancas.
domingo, 15 de enero de 2012
la cabeza en la pecera
En cuanto nací, arcángeles bajaron e insertaron mi cabeza dentro de una pecera.
Este hecho no fue percibido por nadie, ni siquiera por mí.
Las cosas que tiene la vida.
Así que me dediqué a vagar por el mundo dentro de mi extraña escafandra ingrávida, intentando descubrir por qué la gente veía el mundo de una forma tan rara y actuaba de manera más extraña todavía. Pensé durante años que mi pensamiento divergente era un defecto de mi mente; el estrés, la vida difícil, el extrañamiento, no sé, incluso una lesión cerebral.
Hasta que un día me golpeé la cabeza contra el mar de la certidumbre y el océano de mi pecera se reveló con claridad: celentéreos que extendían sus largos tentáculos por las galerías de mi memoria, corales medrando en la salinidad de mi pensamiento, la sincronía del cardumen de ideas nadando hasta las dendritas. Estupendo, no estaba chalada; sólo pasaba que tenía la cabeza en la pecera. Otros tienen macetas, bolsas de papel de estraza con una sonrisa pintada, pajaritos, dolores o el vacío sideral. Yo, una pecera a través de la que veo el mundo mucho mejor que tras el espejo.
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