sábado, 4 de febrero de 2012

cuando el arte hace ciudad (y I)


Monotonía, tráfico, ruido, aislamiento, rutina, prisa, suciedad, saturación, tristeza. En qué hemos dejado que transformen la ciudad? Nuestra ciudad. En este paisaje surge en donde menos te lo esperas el arte urbano, rescatándonos del cemento gris y acercándonos a la amabilidad de lo cotidiano. Incluso a veces, recuperando espacios residuales para el uso y disfrute de los vecinos del barrio. Héroe maltratado y desconocido, quería hablar de ti un poco.

Puede el arte cambiar el mundo? La pregunta puede sonar demagógica pero no es esa la intención. Personalmente pienso que el arte no puede cambiar, de un plumazo, el mundo por sí solo pero es una herramienta eficaz y hermosa que nos permite mejorar, tanto el espacio que habitamos como a nosotros mismos.

Hoy quería hablar brevemente de ese arte independiente que se desarrolla en la calle. El espacio público se ha vuelto, en la mayoría de las ciudades, hostil y feo, escenario inhóspito de la rutina. En este medio surge el arte urbano en el que, a través de diversas técnicas – “graffiti”, “postgraffiti”, intervenciones –, el autor expresa su discurso libre, sea cual sea: reflexión sobre la sociedad actual, activismo, creatividad estética, etc. Se trata de un arte anónimo y efímero que utiliza la ciudad como lienzo y galería; es el arte fuera de los espacios institucionales, el arte que elimina a los intermediarios oficiales que deciden qué puede verse y qué no (pensemos en todos esos cuadros durmiendo el sueño de los justos en los depósitos de tantos museos).

Si bien el “graffiti” existe desde tiempos del Imperio Romano (aunque su definición como categoría específica dentro de la pintura aparece en el siglo XX), este arte ha ido evolucionando, integrándose en nuestras ciudades hasta formar parte indisoluble de la escena urbana; a partir de los años 90 empiezan a aparecer nuevas técnicas (muchas veces ejecutadas por autores con formación académica) que se van alejando de los códigos específicos del mundo del “graffiti”, adoptando temáticas y representaciones más inteligibles por la sociedad y ocupando espacios de forma más selectiva; pero la característica definitoria, a mi entender, clave en el llamado “postgraffiti” es su carga social: ya sea por su mensaje o por su ocupación del espacio, estas creaciones inciden en la reconquista del espacio público para los ciudadanos; obras y actuaciones añaden elementos al paisaje urbano: espacios residuales olvidados por los gobernantes se reciclan, se regeneran, renacen. Allí donde casi no hay inversión pública o donde la especulación crea un vacío en el tejido urbano, estos artistas intervienen, a distintas escalas, devolviendo parcelas de realidad a la ciudadanía. Es en verdad un arte generoso en contacto con el ser humano, legible, útil, cercano. Desde las pequeñas obras icónicas de “stencil” que se repiten por toda la ciudad como guiños al ciudadano, hasta los grandes murales en medianeras residuales que producen sinergias capaces de poner en valor el espacio público y activar la vida de un barrio.

Pero muchas veces este arte no se ve como tal, sino como algo próximo al vandalismo. Hagámonos otra pregunta. Por qué la invasión y apropiación del espacio público por la publicidad es correcta/legal/aceptada y las piezas de arte urbano, no? Cuántas veces vemos enormes vallas (empapeladas con publicidad generalmente de deficiente factura) que nos bombardean las retinas con mensajes consumistas? Acaso no es eso vender el espacio de convivencia ciudadana a los intereses privados? Con esto no digo que la publicidad esté mal o sea inadecuada; en absoluto; pero sí es cierto que debe ocupar su espacio en el tejido urbano, sin producir interferencias.

Si el objetivo es conseguir ciudades democráticas y sostenibles, accesibles y plurales, sin duda el arte urbano es un actor que ha llegado para quedarse.









P.D.: documental sobre el Arte Urbano de “Metrópolis”, TVE